Buenas y santas diría un paisano que hoy más
que nunca tiene mucho que ver con la historia que me trae el duende andariego
que me visita siempre trayéndome historias de cualquier lugar.
Los protagonistas de hoy son dos personas que
tienen una misma particularidad cada vez que se comunican conmigo: me acarician
el alma cuando me dicen “hola muñeca”,
pues Yamil y el nono José son la prueba
viviente de que las buenas amistades traspasan el paso del tiempo , e incluso
la vida misma.
Conocí al nono José , en mis pagos, yo de
piba inquieta y el de remisero piola, porteño, bonachon , y con la sonrisa
fácil, pero que para quienes por ahí solemos mirar un poquito más allá ,dejaba
ver esa tristeza en su mirada, cuando hacia esos silencios y suspiraba ,
mientras sacudía la cabeza como queriendo espantar fantasmas que quizás no lo
dejaban descansar.
La gente por lo general me suele caer bien o
mal, no tengo término medio en cuanto a los amigos se refiere, por eso, que José
se transforme en esos amigos que son familia , no fue de extrañar para los míos
, porque inmediatamente paso a ser parte de ese mundo celoso que yo protejo
tanto y que no suelo abrir así nomas. De pronto el nono José era el amigo de
mis hermanos, el cómplice de los mates y piropos con doña Telma, o el compañero
de mates de mi papi, con esos chamames de fondo que tanto amaba escuchar.
Compañero de tantas noches de whisky ,
mientras intentaba en vano enseñarme a bailar americano, para después desistir
porque yo era un caso perdido y no aprendía mas.
El nono era pura alegría, era risa fácil, era
charlas interminables, era genuina amistad. Si se nos ocurría ir a bailar de
repente a chajari, el nono adema de ser nuestro remisero , era uno mas .La
gente que lo conoció aquí por mis pagos, solía decirle con cariño “el nono del
senda blanco”, pues eso era para todos acá.
En una de esas interminables charlas que
solíamos tener y en las que hablábamos de todo y de todos como si fuéramos a
cambiar el mundo llegaba un momento en que el nono apretaba los puños, fijaba
sus ojitos lejos, y se nos perdía nostálgico, recordando su vida de Buenos
Aires. Era en ese momento que había que dejarlo en silencio, perdido entre sus recuerdos,
mientras alguna que otra lágrima rebelde asomaba porque si nomas. Gaucho sabio,
buena gente, solidario, como pocos conocí mi amigo, camisa a cuadros, jean
canchero y alpargatas blancas , que cada vez que le decíamos que cambie porque
en esos tiempos no había asfalto , entonces la tierra siempre te jugaba una
mala pasada , nos miraba y nos decía “que van a saber ustedes de facha”,
viejito fachero como yo no hay.
Cada vez que
el nono te hacia una gauchada, cuando vos le querías pagar, él te miraba y te
decía “no me pagues, no hace falta, un día si mi gauchito yamil necesita una
mano, o un hombro amigo, acordate de este viejo nomas”.
Así conocí a
Yamil, el gauchito de mi amigo José, la luz de sus ojos y la razón de esa
mirada llenita de nostalgias que lo llevaba directo a Buenos Aires, cada vez
que se ponía a recordar.
Si habremos
escuchado andanzas de ese pibito, que ya casi conocíamos, de tanto que lo
escuchábamos hablar al nono, mientras lo gastábamos siempre diciéndole suegro, porque el nono además de
piola era cuida de sus hijos, entonces era normal hacerlo enojar.
Tengo mil
anécdotas para contar con mi amigo, tengo no se cuantas navidades juntos,
incontables charlas horas enteras, noches de bailanta y tragos, o esas visitas
inesperadas que me hacía a federación cuando me caía con alguno de mis hermanos
, porque tenía ganas de verme nomas. Divorciado a muerte con la tecnología, vos
le mandabas un mensaje de texto y al toque te llamaba , porque no tenía
paciencia para esperar, y cuando vos le decías “Nono te necesito”, no dudaba
nunca, vos mirabas al costado y siempre estaba incondicional.
Ya me olvide cuantas veces le decía de esa manía suya de hacer favores sin pedir nada a cambio, que a veces era demasiado bueno, que no todos eran de fiar, pero mi amigo me dejaba hablar sin parar, a lo loco, como era yo, y después me sonreía y me decía “son caminitos para mi gauchito yamil muñeca, no te preocupes, todo lo que uno da vuelve multiplicado mucho más.
Siempre que
nos juntábamos a arreglar el mundo, porque eso dice que hacíamos mientras
debatíamos sobre lo que se nos ocurría, inevitablemente la charla en algún
momento giraba en torno a yamil, entonces
a él se le ponían los ojitos tristes, y yo lo abrazaba fuerte, le decía
cuanto lo quería, le volvía a decir por milésima vez que para nosotros él era
familia, que se deje de mariconear, que cuando menos lo espere su gauchito iba
a llegar.
Es muy difícil
lograr que en un texto entren tanta amistad vivida, tanta charla y tanta risa,
tanta cosa compartida, pero siempre le hice caso, y fui haciendo como el con su
hijo, caminito para mi niña al andar. Siempre que tocábamos el tema me hacía
prometerle que si el , por capricho del destino no podía desandar el camino de
regreso a sus pagos, yo debía contarle a yamil, cada charla, cada recuerdo,
cuanto lo quería su papa y todo lo que anhelaba volverlo a ver, contarle ese
caminito de amor que iba construyendo orgulloso , sabiendo que un día a su hijo
le iba a llegar. Quizás como presintiendo que el tiempo no le iba a alcanzar,
siempre me decía “dale muñeca , prométeme que le vas a contar”.
La vida mucha
veces tiene esas cosas, que uno no sabe explicar, no trae un manual escrito,
uno nunca sabe lo que puede pasar. El nono José me decía siempre , vos quédate
tranquila que cuando yo doy mi amistad es pa siempre, y si algún día este
destino “Añamemby”, no me deja llegar, yo voy a buscar la forma de mandarte una
“batiseñal”.
La última vez
que lo vi, se despidió apurado, yo había venido de paseo, el ya tenía que viajar,
me miro , mateamos un rato, me abrazo fuerte y lo note contento, porque por fin
había decidido volver sobre sus pasos, darle batalla a sus miedos, y darse una
nueva oportunidad de reparar viejos errores que no lo dejaban descansar.
Antes de irse,
me regalo un abrazo largo, apretado, de esos que yo tanto amo, que arman mis
partecitas rotas, y por primera vez desde que lo conocí, no le vi ese dejo de
nostalgia en la mirada, sino al contrario, se le notaba la alegría, es algo que
no supe explicar. Me obligo a repetirle la promesa que le hicimos incontables
veces, por si las dudas nomas, y me dijo te veo pronto muñeca, pórtate bien ,
no hagas macanas y por favor fíjate que gaucho enganchas , que después tenemos
que andar con tus hermanos a los golpes porque le volviste a pifiar.
La distancia,
la rutina inútil a la que nos sometemos y que nos hace correr como locos sin
sentido, y no nos deja disfrutar de las cosas simples y reales, hizo que no
sepa de mi amigo por mucho tiempo, hasta que un día esa ventana de Facebook de
la que yo tanto reniego me mostro que mi amigo el nono José se me había
adelantado un poco, mientras leía entre lágrimas como lo despedía su amado
gauchito yamil.
Entonces
recordé mi promesa, su ultimo abrazo, su mirada picara y tierna, y decidí
cumplir con mi parte del trato. Me puse en contacto con yamil, le pregunte si
lo podía llamar, que necesitaba contarle, llevarle el mensaje que le había
dejado su papa. Lo que yo no me esperaba cuando hice aquel llamado, fue que me
iba a encontrar con una voz idéntica a la que tantas veces renegaba conmigo,
para después decirme “no te preocupes muñeca, que todo esto también va a
pasar”.
Caprichoso y
loco destino, ese día entendí esa frase que me decía siempre, cuando lo
cargábamos por sus años, y me decía sonriente “yo voy a encontrar la forma de
mandarte una batiseñal”.
Yamil se
convirtió al igual que su papa en familia, casi sin pensarlo, y cada vez que me
llama por teléfono, o que me envía un mensaje, repite risueño, porque sabe lo que va a pasar “holaaa muñeca como andas”,
mientras yo de este lado sonrío nostálgica, llorando sin poder evitarlo,
mientras miro al cielo y le digo al nono “ahora entiendo viejito loco, cuando decías
que ibas a encontrar la manera de llegar.
Con este gauchito
porteño me debo un abrazo, que ya no tengo ganas de postergar, tenemos tantas
cosas que contarnos, tengo un caminito hecho por un viejito porteño de cabeza
blanca, bigotes, mirada traviesa y miles de anécdotas para contar, para cuando
decida visitar mis pagos, y una charla mate o whisky de por medio, como hacía
con su papa.
Mientras tanto
la vida pasa, y la rueda sigue girando sin parar, yo a todos les deseo un amigo
como el que yo tuve, de esos que es capaz de traspasar incluso la vida misma,
porque cada vez que lo necesito, solo tengo que levantar el teléfono, y del
otro lado una voz amiga, además de hacerme llorar, me va a escuchar atenta y
servicial, como hacia su papa.
Brindo por
aquellos amigos que son “pa siempre” como decía el nonito Jose, la historia con
su gauchito aun no la puedo contar, pero algo me dice que en cualquier momento
la vamos a desandar.
Me despido con un nudo en la garganta, con la lágrima
fácil, y los recuerdos que me inundan una vez más. Te extraño nonito amigo, si
supieras cuanta falta me haces acá, pero sé que de algún lado, sentado, con un
vasito de whisky, me miras, me guías y renegas conmigo, vos todavía estas acá.
La musica que suena bajito casi siempre por azar, es el chamame la calandria, que suena en la radio de mi viejo, mientras un paisaje gris completa un cuadro de un dia cualquiera de otoño, de esos que invitan a recordar.
hasta la proxima historia chamigo
Betty