Buenas y santas saluda un
paisano de pueblo que alegra mis días y se ha transformado junto al paisaje
soñado del que disfruto a diario, en mi compañero incondicional cuando me
siento a teclear historias de por ahí.
Generalmente cuando escribo mis líneas, los protagonistas suelen compartir un mismo sentimiento al momento de transmitírmelas, y que tiene que ver directamente con un viaje al baúl de los recuerdos, esos que solemos guardar celosamente en nuestro corazón y no dejamos ver a cualquiera. Pero esta vez, quien realizó un viaje través del tiempo fui yo, pues la protagonista de mi blog trae historia de pueblo, de adolescencia compartida conmigo, de épocas de secundaria donde nuestra única preocupación era para estas épocas, no llevarnos tantas materias, o ver que nos íbamos a poner el sábado para ir bailar.
Silvia, mi protagonista, compartió
conmigo mi época de secundaria, allí donde soñábamos tan alto que nuestros
sueños se nos volvían efímeros pero no imposibles. Entonces de repente me
encuentro en esos años, con nuestros 16 o 17 años, jóvenes, idealistas,
rebeldes y con ganas de romper con todos los esquemas: así nacía la Vigésima
Agrupación, y así éramos nosotros.
Y ella estaba entre las que no
se detenía ante nada, pues así era Silvia y ese espíritu libre que en esa época
ya tenía. Piba soñadora, de carácter firme pero con una dulzura que contrastaba
para que se forme el equilibrio ideal. Silvia en esa época era la que se sumaba,
la que trabajaba a la par de todos y la que siempre estaba sonriente. No tengo
una imagen de ella triste, o seria.
Y un día decidió que iba a
volar aún más allá de sus sueños, y que los perseguiría aunque eso implicara
irse al otro lado del mundo. Así arranca su historia, después de haber
terminado el colegio, con su mochila cargada de sueños y miedos, pero con la
convicción intacta de lo que quería. Buenos Aires y su inmensidad fueron el
primer escalón a lo que hoy es su vida fuera del país. Cuando la escucho evocar
aquellos días, su voz denota nostalgia, de esa que a veces duele, pero también
la firmeza de quien no se dejaría vencer ante el primer obstáculo. El primer
año fue duro, difícil, pero de a poco todo se fue acomodando. Me cuenta que en
su trayecto diario pasaba por un edificio muy lindo, por Avenida Córdoba, donde
veía entrar y salir gente con instrumentos, lo que sumado al pedido de Cristian
Toso, que es otro de los talentos que tenemos en el pueblo, para que se anime a
cantar algunas canciones con su banda, despertó en ella esas ganas de ir un
poquito más allá. Y se animó a inscribirse a cursar guitarra clásica. La música
sana ya lo sabemos, así que ese nuevo pasó en la vida de Silvia, término de curar
el dolor por el desapego y el extrañar la vida de pueblo. La crisis del 2001
complico las cosas en el laburo, lo que obligó a cambiar de rumbos. Es aquí
donde vuelvo a coincidir con ella y su estilo de vida pues soy una convencida
de que somos seres expertos en renacer de las cenizas. Algunos cuando las cosas
van mal, dejan de intentar, o dirigen la ira al lugar equivocado, en fin, se
transita como se puede. Pero Silvia no es de las que se acobardan ante un
tropiezo, así que un mal trago fue lo que la impulso a emigrar del país. España
apareció por obra del destino, y aquí comienza una nueva etapa que aun hoy no
escribe su final. Se despidió en cuotas, de los suyos acá, para atenuar la
tristeza que sabía iba a generar en sus seres queridos.
Barcelona, la recibió con los
brazos abiertos, y permaneció 10 años allí. Mientras tanto fue tramitando la
ciudadanía en Italia que le llego un tiempo después. Una vez que la obtuvo,
volvió a inscribirse en el conservatorio de música. La guitarra, un luthier, el
amor y otras yerbas como decimos acá, hicieron de las suyas para que Silvia
arme de nuevo las valijas y se mude a Italia. Eso trajo la posibilidad de poder
fabricar su propia guitarra entre otras cosas. Pero su destino estaba sellado
en Barcelona, así que un día pego la vuelta otra vez, con ese espíritu viajero
que tiene, pues allí la esperaba su pasaporte al que hoy, es su domicilio
actual: Alemania. Que no es ni más ni menos que el amor en su más pura
expresión, razón por la cual los detalles no hacen falta me dice Silvia y yo
coincido con ella.
Milán le dio posibilidad de
cantar en la calle, permiso previo, de la mano de un amigo, lo que le permitió
vencer el miedo a enfrentarse al público, experiencia que volvió a repetir en
Barcelona, cantando en el subte. Una de las experiencias más lindas relata Silvia.
De esas que vale la pena recordar.
Esta pandemia la sorprende en
Alemania, donde vive actualmente. Su romance con la música aún se conserva intacto,
y es parte cotidiana de su vida. Silvia tiene una de las voces más lindas que
escuche, y entona acompañada de su guitarra unas zambas increíbles que suele
compartir con quienes la extrañamos por acá. Formar su propia banda es una
materia pendiente que tiene en su vida. Y conociéndola seguramente lo va a lograr
en algún momento.
Silvia viene al país cada dos
años, y es el momento en que todos modificamos la agenda para poder verla, en
las reuniones de la Vigésima.
Me habla del desarraigo, de
extrañar sus orígenes, sus afectos, esa niñez de pueblo que vuelve una y otra
vez a su corazón. De esa alegría contagiosa que despierta cada vez que pega la
vuelta a Mocoretá.
El amor es libertad dice Silvia, mientras se
emociona al hablar de sus papas, quienes extrañándola tanto, son sus primeros
cómplices a la hora de alentarla a volar. Entonces recuerdo una frase que
estaba impresa en una foto de cuando nos recibimos, que nos regaló Silvia como
recuerdo, y que decía: Me enseñaron a mover una pluma, para que hoy abra mis
alas y aprenda a volar. Por algún lado conservo guardada esa foto todavía junto
a las de Bariloche y esas épocas en que no nos importaba nada más que la vida
simple de nuestro lugar en el mundo.
Mientras escribo su historia
intercambiamos mensajes, y me sorprende una vez más con esa alegría genuina que
suele tener Silvia, pues me invita a coordinar, mates virtuales de por medio
para pulir algunos detalles de su relato. Así que de la mano de la tecnología,
ella en Alemania y yo en Mocoretá, mateamos virtualmente mientras charlamos de
todo un poco. En esa charla pasamos por todos los estados, desde emocionarnos
con algún recuerdo hasta reírnos sin parar por alguna anécdota de esas épocas
en que éramos la rebeldía pura. Mientras me habla, yo que suelo mirar un
poquito más allá, observo su expresión a la hora de hablar de los suyos por
ejemplo, y si bien en ningún momento pierde esa sonrisa contagiosa, de a ratos
me regala esos silencios que dicen más que mil palabras; yo desde este rincón
del mundo, acompaño esa sensación suya agradecida mientras la veo perderse en
esa nostalgia linda que provoca hablar de los que uno quiere. Su historia, al
igual que las que suelo volcar en mis líneas me transporto a un viaje, 20 años
atrás más o menos, razón por la cual, mientras disfruto de un paisaje soñado en
el patio de casa, simplemente me dejo llevar por esa sensación bonita de una
charla que sin duda alguna logro algo que si lo planeamos no nos salía tan
bien, pues por un rato, Silvia y yo estamos en el mismo lugar, acá, donde todo
comenzó hace ya muchos años y donde de repente volvemos a ser adolescentes
rebeldes sin causa que solo querían llevarse el mundo por delante. Usando una
metáfora le propongo un juego utópico acerca de que se llevaría a una Isla desierta si pudiera. Su respuesta
tenia múltiple choise, pero antes de que ella me respondiera supe que me diría
¿y saben porque? Una vez oí sabiamente a alguien que quiero mucho dejarme un
lindo legado, que habla de no perder nunca tu esencia, de llevar y contar con
orgullo a quien quiera oírte que venís de un pueblito pequeño, que apenas está
en el mapa, pero que guarda los momentos más lindos nuestra niñez y
adolescencia. Silvia tiene más km recorridos que años de vida alrededor del
mundo, pero aun así no se olvida de sus orígenes, de ese pueblito que la vio
nacer y que la espera siempre para regalarle esa paz que tanto ama. Entonces
cuando me dice que de todo lo que podría llevarse ella elige a las personas que
ama, yo no me sorprendo, pues así fue siempre esta piba mocoretaense que
conserva intacto ese espíritu inquieto que la llevo por lugares que ni siquiera
hubiera imaginado. No importa que tan lejos este, ella lleva a los suyos por
donde quiera que va. Podría agregar mil detalles de su vida viajera ,la de mi
compañera de la Vigésima, tengo guardados en mi corazón los más lindos
recuerdos de esa época, pero esta vez me los guardo, para cuando vuelva a pegar
la vuelta y nos sentemos, cervecita de por medio, como cada vez que ella vuelve
al pueblo y nos volvamos a ver. Hoy, al igual que muchos hijos de este pueblo,
su vida transcurre en otro país, en Alemania, más precisamente, y se nos antoja
lejísimos, allí sigue buscando incansablemente sus sueños y no descansa en su andar.
Pero cada vez que cruza el puente que divide Entre Rios con Corrientes, todo
vuelve a empezar, sus afectos la esperan con la misma alegría de siempre, sus
amigos la reciben como si la hubieran visto el día anterior, y las callecitas
de Mocoretá guardan fielmente cada experiencia vivida, listas para que cuando
ella desande el camino, las pueda volver a encontrar. Sus papas esperan
ansiosos su regreso, como cada vez saben que ella va a volver; saben que su
vida hoy está en otro lado, pero hay una cosa que no cambia, aunque hayan
pasado más de 20 años. Y es que Silvia, cada tanto, vuelve donde todo comenzó una vez. Aquí
duerme esa niña de pueblo que soñaba con conquistar el mundo y que cada vez que
nos visita, vuelve a cobrar vida cuando se pierde segura en los brazos de sus papas.
Yo me la voy a encontrar, y la rutina se va a volver a repetir una vez más; la
voy a ver llegar sonriente, me va a mirar, me va a saludar con esa alegría
genuina que solo tiene aquel que le da gusto verte, y que no le sale disimular.
Y otra vez vamos a repetir una noche que solo sucede una vez al año, y de la
que todos nos gusta disfrutar: el reencuentro anual con los pibes de la Vigésima.
De acá se lleva las pilas bien
cargadas, me cuenta, acá el corazón se
nutre del amor más puro y bueno, el de los afectos de siempre, el que la
acompaña en su andar. Acá deja reposar su alma dice Silvia y ya lo creo que es así.
Esta vez la música que me acompaña al azar mientras me despido hasta una
próxima historia es una zamba que entona una cantante de voz dulce, que me
lleva a cerrar los ojos y perderme en un montón de recuerdos de ayer. Gracias
Silvia por esa versión tan linda de “Zamba para olvidar”, que me emociona, me
hace llorar de alegría y nostalgia por aquellas épocas que ya no volverán pero
que me van a acompañar hasta el último de mis días. Yo me quedo aquí perdida en
mis recuerdos, de esos bonitos, de esos que te llenan el alma y la hacen
cantar.
HASTA LA
PRÓXIMA HISTORIA CHAMIGOS
BETTY DE MOCORETA CORRIENTES